En estas horas, mientras se debate interminablemente sobre el desastre educativo argentino, comenzó a popularizarse una información surgida de una escuela de San Martín, en Buenos Aires: Allí, un alumno de 15 años (tercer año del ciclo medio) desnudó a sus compañeras virtualmente, usando Inteligencia Artificial (IA), subió esas fotos y videos a una plataforma creada por él (y se supone que otros) y comercializó esos contenidos, llegando a tener 8 mil seguidores antes que estallara el escándalo.

El chico usaba fotos con los rostros de sus propias compañeras de escuela, y les "agregaba" esculturales cuerpos absolutamente desnudos, en sugestivas poses. Un grupo del colegio San Agustiniano fue el que hizo la denuncia ante la Justicia: descubrieron el caso a través de otro compañero, que se hizo pasar por comprador y consiguió el CBU y la foto del estudiante que realizaba las ventas, confirmando así su identidad.

Pese a la repercusión que tuvo el caso, primero en la comunidad más cercana, y después, con su difusión mediática, las autoridades de la escuela -el colegio Agustiniano- no han tomado medida alguna con el ingenioso y precoz comerciante cibernético. Aunque parezca mentira, circunscribieron el caso a un asunto "privado", pese a que Internet y sus contenidos raramente puedan considerarse ámbitos que preserven la intimidad.

Según informó TN, Florencia, madre de una de las víctimas, contó cómo se enteraron del asunto. “Un compañero de él compró una carpeta y vio todo. Nos mostró las pruebas y con eso hicimos la denuncia”, dijo. La presunción es que el chico sacaba las fotos de perfil de las estudiantes y usaba solo la cara, pero el resto del cuerpo no era de ellas, y, en rigor de verdad, de nadie, pues eran imágenes generadas por IA.

Según explicó Florencia, son al menos 22 las chicas que fueron víctimas de este delito, pero asegura que hay más de otros colegios que también estarían siendo afectadas. “Cuando entré al grupo, había imágenes de muchas adolescentes, y los consumidores son mayores y menores”, contó.

Mientras la Justicia decide qué hacer, el pibe con ansias comerciales muy del siglo XXI sigue yendo a la escuela y compartiendo clases con sus víctimas.