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5 de octubre de 2020

El trabajo más esencial y menos visible contra el virus

La pandemia por el coronavirus reveló ante la comunidad el trabajo incansable que realizan todos los días trabajadores y trabajadoras de los hospitales, pero no alcanzó para visibilizar en reales dimensiones la tarea esencial y primaria del personal a cargo del saneamiento de los edificios. Se trata de un trabajo casi de hormiga para higienizar cada sector de los centros de salud cortando con posibles cadenas de contagios que, de no realizarse, afectaría de manera directa a pacientes y personal sanitario. La sanitización no tiene horarios, días, ni descanso, y es la principal herramienta que evita que médicos y enfermeros contraigan el virus, lo que afectaría indirectamente a todos los cipoleños.

“En el hospital nos llaman los ‘cabecitas blancas’ porque estamos todo el tiempo con el uniforme que nos cubre de pies a cabeza, que nos incomoda, nos da calor y a veces nos impide respirar con normalidad, pero que nos protege, a nosotros y a nuestras familias. Es indispensable utilizarlo todo el tiempo de trabajo, y es nuestra única arma”, explicó.

La mujer contó que dentro del hospital cumplen una función básica, pero a la vez fundamental para combatir al virus. Ellos son quienes recorren cada espacio para que no queden rastros de COVID-19 que puedan encontrar un nuevo huésped y así provocar una nueva cadena de contagios.

Antonio Spagnuolo

“Desde que ingresa un paciente sospechoso, que nosotros lo tomamos como positivo del virus, tenemos que acompañarlo durante todo su recorrido para limpiar en profundidad cada espacio y superficie en la que tuvo contacto. Suelen ingresar por guardia, y a veces se derivan a clínica médica, internación o terapia, y nosotros tenemos que seguir de cerca todo ese recorrido para que quede desinfectado. También limpiamos las habitaciones; lo hacemos dos veces con amonio cuaternario, con una diferencia de 20 minutos para dejar actuar el líquido y que mate los virus”, relató Yesica.

El protocolo de seguridad al ingresar a cada jornada laboral lleva varios minutos de preparación, y nada puede salir mal. Se deben colocar todo el equipo de protección que incluye el famoso traje blanco hemorrepelente (que no permite el paso de fluidos), barbijos N95, antiparras, guantes, cofia y escafandra. Todo ese equipo genera mucho calor corporal, incomodidad en los movimientos y trabajo para conseguir una respiración lo más normal posible. Incluso es tan agotador el cambio de vestuario, que en sus momentos de descanso muchos optan por no quitárselo y pueden estar hasta ocho horas continuas así.

La única manera de cuidarnos, y también proteger a nuestras familias, es cumplir con las normas de seguridad y desinfectar todo. Siempre pensamos que la persona que tenemos enfrente es positiva. No podés confiar en nadie ni dudar”, aseguró.

Antonio Spagnuolo

Yesica recordó que, en febrero y marzo, cuando el virus aún no había llegado, ya se hablaba en el hospital sobre lo que podía ocurrir, y empezaron a prepararse física y mentalmente. Las experiencias en Europa eran escalofriantes, y el virus estaba cada vez más cerca.

“Nunca pensamos que iba a llegar a la Argentina. Yo era la que estaba media loca al principio, desesperada porque todos entendieran que no era joda, que venía algo heavy, y hasta llegó a hacerme mal psicológicamente”, recordó.

“Los primeros meses, una vez que llegó el virus, me alejé completamente de mi familia porque tenía miedo de contagiarlos. Recuerdo que un día le pedí a mi marido que se vaya con mis hijas a vivir a la casa de mi suegra, a unas cuadras de donde estaba, porque era una persona de riesgo. No sabía en qué momento me iba a enfermar y contagiarlos. Viví tiempos de mucho pánico y angustia. Fueron dos meses que vi a mi familia a través de un vidrio, no los quería abrazar porque me daba miedo tocarlos. Fue toda una locura, pero sentí que era lo mejor, lo único que los podía proteger”, indicó.

La tarea sigue en casa

Dijo que, al volver a vivir con su familia, el protocolo de seguridad cada vez que llegaba a la vivienda tenía que ser exhaustivo y rutinario. “Antes de entrar me saco toda la ropa y la meto en una bolsa, que va directo al lavarropas con lavandina. Me limpio, y me voy a bañar de inmediato. Como vivo atrás de una casa no tengo problema en quitarme la ropa en la puerta, porque no me ve nadie. Luego de todo eso, recién allí me acerco a mi familia. Esto ya se convirtió en un hábito de vida”, expresó.

Dijo que trabajar en el hospital y ver desde adentro las consecuencias del virus le hizo darse cuenta que nadie tiene la vida comprada, que en un segundo todo se puede terminar. “Cada vez veo más gente joven en situaciones críticas, muy graves. Te genera mucho miedo y respeto”. agregó.

“Tuve muchos de los síntomas y quedé aislada una semana de manera preventiva junto a mi marido y mis tres hijas. Fuimos dos las que estuvimos aisladas, y mi compañera dio positivo. Ahí pensé lo peor, se me vino el mundo abajo, pero el gran miedo no era lo que me podía pasar a mí, sino lo que podría haber provocado si contagiaba a alguien más. Por suerte el hisopado me dio negativo y volví a respirar. La incertidumbre de no tener el resultado en tus manos es insoportable”, recordó.

Dijo que suele llenarse de bronca cuando escucha a las personas denunciar que el virus no existe, o que se trata de una forma de manipulación de los gobiernos. Incluso indicó que sus tres hijas, de 14, 6 y 2 años, suelen darle cada día una cuota de esperanza porque pese a ser chicas entienden la situación, son conscientes y no sólo se cuidan, sino que cuidan al resto de la familia.

“Ellas son las que más saben qué se puede y qué no se puede hacer, y todas las normas de seguridad. Incluso en julio, cuando nevó, las invité a ir a la plaza para que jueguen con la nieve y la conozcan, y fueron ellas quienes me dijeron ‘no mamá, no hay que salir, es peligroso’, y me quedé helada. Ellas me enseñan, y son mis heroínas en todo esto”, reflexionó.

El peligro de convivir con el virus

Yesica cree que, lamentablemente, en algún momento se va a enfermar, y está preparada para eso. “En algún momento vamos a caer; estamos muy cansados, trabajamos muchas horas y no tenemos descanso. Pero entendemos la situación y nos ponemos la camiseta porque nos necesitan. De todo este tiempo, creo que estamos en el nivel más crítico y la sociedad debe tomar conciencia. Todos podemos ser víctimas, nadie está exento”, explicó.

“No tenemos vacaciones, no nos podemos tomar licencias, pero lo sabemos y entendemos porque la situación es realmente crítica. Hay momentos en los que veo la guardia colapsada y me dan ganas de hacer de camillera, de enferma, de lo que sea con total de ayudar, pero entiendo que mi rol es que el virus no circule, y hacer bien mi trabajo es la mejor ayuda”, refirió.

“Desde un primer momento tuvimos capacitaciones sobre COVID con la infectóloga, y entendemos que se trata de un trabajo en equipo. Los médicos y enfermeros deben poder trabajar en un lugar seguro, descontaminado, y creo que eso se está logrando porque en nuestro caso, de un grupo de 40 personas, sólo 2 se contagiaron. Por suerte tuvimos más tiempo que otros países y estamos haciendo lo mejor que podemos. Pero necesitamos que la gente acompañe, y deben saber que el sistema está desbordado”, alertó Yesica.

Aseguró que desde el hospital van a continuar trabajando para salvar la mayor cantidad de vidas que puedan, pero que la mejor manera es evitar exponerse y contraer el virus. “Llegó el momento en el que la decisión es individual, cuidarse, no hay más que hacer hasta que llegue la vacuna”, puntualizó.

Fuente: LM cipolletti

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